Importante debate sobre el kirchnerismo con Artemio López y Manolo Bargue

| 21 septiembre, 2011 | Comentarios (13)

Compilamos aquí los distintos post y comentarios en los que se viene desarrollando este debate iniciado por los compañeros Fernando Rosso (en su blog El violento oficio de la crítica) y Juan Dal Maso.

Post de Fernando Rosso en El violento oficio de la crítica, 15/09/2011.

Del «Nac&Pop» a la restauración (leyendo desde Gramsci al kirchnerismo)

Este post de Los Galos de Asterix y la lectura de La Verdad Obrera Nª 444 nos llevaron a esta reflexión sobre el momento presente del kirchnerismo y a una lectura posible desde el marxista italiano.

Existe más o menos un acuerdo generalizado de que en el 2001 hubo, en términos gramscianos, una «crisis orgánica». Una crisis catastrófica de la economía, combinada con una crisis social y política. El fracaso de la «gran empresa» de la convertibilidad que nos llevaría al moderno primer mundo y por la cual hubo que sacrificar hasta las joyas de la abuela, devino en una crisis de representación y una movilización de masas que se convirtieron en «jornadas revolucionarias».

Siguiendo a Gramsci, los momentos de crisis orgánica y sobre todo cuando existe un «empate catastrófico» entre las fuerzas «progresistas» y «reaccionarias», son propicios para soluciones de fuerza y para diferentes variedades de «cesarismo».

En esto no hacía más que seguir al Marx del 18 Brumario. Incluso planteaba que lo distintivo de los cesarismos-bonapartismos modernos, era que el rol de apoyo que antes cumplía la «soldadesca» o elemento militar (sustancial en los bonapartismos clásicos), ahora podían cumplirlo las asociaciones, sindicatos y partidos, con un papel de control policial sobre el movimiento de masas. Por eso caracterizada al cesarismo moderno como policial, más que militar. Citamos En el mundo moderno, las fuerzas sindicales y políticas, con medios financieros incalculables puestos a disposición de pequeños grupos de ciudadanos, complican el problema. Los funcionarios de los partidos y de los sindicatos económicos pueden ser corrompidos o aterrorizados, sin necesidad de acciones militares en vasta escala, tipo César o 18 Brumario (…)La técnica política moderna ha cambiado por completo luego de 1848, luego de la expansión del parlamentarismo, del régimen de asociación sindical o de partido de la formación de vastas burocracias estatales y «privadas» (político-privadas, de partido y sindicales) y las transformaciones producidas en la organización de la policía en sentido amplio, o sea, no sólo del servicio estatal destinado a la represión de la delincuencia, sino también del conjunto de las fuerzan organizadas del Estado y de los particulares para tutelar el dominio político y económico de las clases dirigentes. En este sentido, partidos «políticos» enteros y otras organizaciones económicas o de otro tipo deben ser considerados organismos de policía política, de carácter preventivo y de investigación («Notas sobre Maquiavelo». Recortamos a propósito la cita sobre la «fórmula cuarentayochesca de la revolución permanente», que es parte de una lectura equivocada de Gramsci sobre la teoría de la revolución de Trotsky).

Este costado del pensamiento gramsciano es poco considerado por muchos de sus presuntos seguidores criollos, que pretenden ver en el peronismo al partido de la transformación, más que al partido de la contención y en la burocracia sindical a los genuinos representantes naturales de los trabajadores, más que a la policía interna del movimiento obrero.

Pero volviendo a la cuestión del cesarismo, Gramsci también planteaba que podía darse un «cesarismo» sin un Cesar o una gran personalidad «carismática», ya que el concepto de «cesarismo» es una fórmula «polémico-ideológica», no un canon y que «Todo gobierno de coalición es un grado inicial de cesarismo, que puede o no desarrollarse hasta los grados más significativos». Para caracterizar históricamente al «cesarismo-bonapartismo», para saber si se estaba frente a Cesar o Napoleón I o frente Bismarck o Napoleón III «Se trata de ver si en la dialéctica revolución-restauración es el elemento revolución o el elemento restauración el que prevalece, ya que es cierto que en el movimiento histórico jamás se vuelve atrás y no existen restauraciones in toto». Por último explicando la mecánica política de los cesarismos, Gramsci plantea «El cesarismo es progresista cuando su intervención ayuda a las fuerzas progresivas a triunfar aunque sea con ciertos compromisos y temperamentos limitativos de la victoria, es regresivo cuando su intervención ayuda a triunfar a las fuerzas regresivas, también en este caso con ciertos compromisos y limitaciones, los cuales, sin embargo, tienen un valor, una importancia y un significado diferente que en el caso anterior».

Las coaliciones o «cesarismos» (en el sentido polémico-ideológico), que muchas veces se imponen como salidas a los momentos de crisis orgánica, tienen una gran base en la debilidad de la fuerzas «progresistas» en el sentido histórico. En el 2001 argentino, tanto el partido proletario en el sentido amplio de Marx, es decir la dinámica de la propia clase obrera en tanto potencia de partido político, así como el partido en sentido coyuntural (la izquierda marxista realmente existente) eran débiles para dar una salida «progresista» (es decir revolucionaria). Las derrotas de la clase obrera bajo el «neoliberalismo» y el rol de policía interna de la burocracia sindical peronista, fueron elementos limitantes para que el 2001 no se convierta en un «argentinazo» y mucho menos en una revolución. La situación económica internacional y la medida «económico-política» de la devaluación, sacaron del medio el elemento catastrófico de la economía.

La «etapa superior del kirchnerismo», es decir el cristinismo y su coalición al haber desarrollado el fenómeno político hasta su madurez, permite ver más claramente el rol cumplido en sus fases anteriores («en el hombre hay una clave para la anatomía del mono», Marx).

Es evidente el rol restaurador de la coalición gobernante, hoy con elementos de «bonapartismo fiscal». Tuvo su primera fase («kirchnerista pura») donde la propia burguesía tuvo que aceptar «compromisos y limitaciones» para ocultar el elemento restaurador: paritarias, discurso «setentista», de «no represión» a la protesta social, demagogia en DDHH, ocultamiento de los impresentables del peronismo; y la nueva fase («cristinista») donde se propone realizar la restauración hasta el final: perdida de peso y poder de los sindicatos y ataque a la izquierda sindical clasista en particular, discurso contra los piquetes, alianza más fuerte con los empresarios, Buodou como la «gran figura» del «nueva» coalición, apoyo abierto en y al aparato pejotista.

Tanto en el terreno de las relaciones económicas y sociales, como en el régimen político donde vuelve al centro el pejotismo y personajes como Scioli o Boudou o De la Sota, «recuperados»; como últimamente en el discurso, el kirchnerismo muestra su carácter restaurador.

Cuando la crisis mundial amenaza con posibles nuevas crisis orgánicas y cuando se cae a pedazos el relato del peligro de la derecha y la «restauración conservadora», hay que prepararse para saber aprovechar las nuevas coyunturas estratégicas, ya que el éxito o fracaso de esa empresa política, en su fase abiertamente restauradora depende de la relación de fuerzas y de la lucha viva.

Desde ya que el uso de las metáforas y comparaciones históricas tiene muchos límites, los elementos «nac&pop» (los reales y los del relato), así como los de «restauración», tienen una relación directamente proporcional a las potencialidades y límites de la crisis y las jornadas del 2001. Pero consideramos que esta lectura es mucho más acorde al profundo pensamiento de Gramsci, que la que hacen muchos de los que se creen sus más fieles seguidores.

Comentario de Manolo Bargue en el mismo post, 16/09/2011.

Aplauso, medalla y beso; buen argumento; aunque yo hubiera preferido mechar el “Arte de la Insurrección” (Cap. 43) para “refinar” el análisis del 2001, y su posterior evolución. “La minoría activa del proletariado, por bien organizada que esté, no puede conquistar el poder independientemente de la situación general del país: en esto el blanquismo es condenado por la historia. Pero únicamente en esto. El teorema directo conserva toda su fuerza. Al proletariado no le basta con la insurrección de las fuerzas elementales para la conquista del poder. Necesita la organización correspondiente, el plan, la conspiración. Es así cómo Lenin plantea la cuestión. La crítica de Engels, dirigida contra el fetichismo de la barricada, se apoyaba en la evolución de la técnica en general y de la técnica militar. La técnica insurreccional del blanquismo correspondía al carácter del viejo París, a su proletariado, compuesto a medias de artesanos; a las calles estrechas y al sistema militar de Luis Felipe. En principio, el error del blanquismo consistía en la identificación de revolución con insurrección. El error técnico del blanquismo consistía en identificar la insurrección con la barricada. La crítica marxista fue dirigida contra los dos errores. Considerando, de acuerdo con el blanquismo, que la insurrección es un arte, Engels descubrió no sólo el lugar secundario de la insurrección en la revolución, sino también el papel declinante de la barricada en la insurrección. La crítica de Engels no tenía nada en común con una renuncia a los métodos revolucionarios en provecho del parlamentarismo puro, como intentaron demostrar en su tiempo los filisteos de la socialdemocracia alemana, con el concurso de la censura de los Hohenzollern. Para Engels, la cuestión de las barricadas seguía siendo uno de los elementos técnicos de la insurrección. Los reformistas, en cambio, intentaban concluir de la negación del papel decisivo de la barricada la negación de la violencia revolucionaria en general. Es más o menos como si, razonando sobre la disminución probable de la trinchera en la próxima guerra, se dedujese el hundimiento del militarismo”.

Las Masas argentinas aborrecen la tentación blanquista, con su obsesivo “Cuanto peor mejor”; producto del origen de clase de los Profesionales de la Revolución. Muchas de las Organizaciones “Clasistas”, porque llamarlas Partidos es una exageración, son definidas como: “Peloteros Políticos para los Jóvenes inquietos de la Burguesía, que cuando las papas queman, vuelven con Papa y Mama”. Algo que no se toma en cuanta, en el caso especifico de lo Territorial, es que los Pobres, o Proletarios; no tienen donde ir si la Reacción desembarca en los Barrios. No es como la Universidad, o la Fábrica, donde hay mucho más margen de maniobra; cuando el Monopolio de la Violencia decide Imponer el Orden de Varsovia. Mientras las Izquierdas, Parlamentarias o Clasistas, siguen con “el fetichismo de la barricada”; porque creen que corresponde “al carácter del viejo París, a su proletariado, compuesto a medias de artesanos; a las calles estrechas y al sistema militar de Luis Felipe”. En las Usinas Intelectuales del Imperio analizan la “Resiliencia Social” y la “Gobernanza” argentina; mediante la Teoría de Juegos; hacer clic aquí, y también aquí, para entender quien es Robert Powell. 
Si a mi, como uno mas del la blogosfera peronista, se me lee en esos ámbitos, es por el post “Cuestión de perspectiva, Gaza es La Matanza”, hacer clic aquí; que fue levantado por el ABC de España, hacer clic aquí. Más otras intervenciones en foros donde “comparaba” las estrategias y tácticas organizacionales de Hamas y Hezbolla con lo que sucede en nuestro país. Mencionar a Varsovia, la de 1831 y 1944, no es una exageración para meter miedo; es LA estrategia dominante en Israel, USA y la OTAN. Que USA recicla vía Hollywood, hacer clic aquí, «The Strategic Corporal: Leadership in the Three Block War»; hacer clic aquí, del General Charles C. Krulak. En resumen, no actualizar los análisis para comprender la situación objetiva y los potenciales riesgos, frente al Colapso societal de la globalización, es actuar como quinta columna de la Reacción. Como se decía cuando era adolescente, “Son tan, pero tan, Vanguardia; que se convierten en Retaguardia de la Oligarquía”. ;-P Un abrazo de Bonapartista electoral.

Respuesta de Fernando Rosso a Manolo Barge en el mismo post, 17/09/2011.

Gracias a todos por los comentarios, pero como lo cortés no quita lo valiente, vamos al grano con el peronista de lengua y “tecla” afilada. Manolo,


1/Nada más alejado de “El Arte de la Insurrección” que el 2001 Argentino, estoy diciendo que no solo no había “Estado Mayor”, sino que estaba ausente el “centro de gravedad” del ejército (la clase obrera) que venía con “baja moral” y bastante derrotada y bajo el control policial de la burocracia, que se encargó limitar todo intento de su intervención en la crisis. No llegó ni siquiera a Argentinazo (es decir una “semi”-insurrección), mucho menos podía haberse transformado en insurrección como arte. Le recomiendo “Clase, Partido, Dirección”, donde hay una traducción al marxismo de la “trinidad” clausewitiziana.


2/Claro que hay que renovar los análisis. Los cambios del proletariado (tercerizado, en negro etc.), el “planeta de los slum”, las magalópolis y la posibilidad de la huelga metropolitana (Negri), hacen repensar constantemente las reglas de la estrategia. Ahora el capitalismo, sigue siendo capitalismo (imperialista), no se emborrache con las “Usinas Intelectuales”, que dijeron muchas boludeces (desaparición de la clase obrera, “nueva economía en base al crédito eterno”), eso del “Colapso societal moderno”, me suena a pura charca posmo. Esto quiere decir que las condiciones que analizó el viejo Clausewitz para las reglas de la estrategia en las guerras modernas, es decir pos-napoleónicas, mantienen mucha vigencia. Y sobre todo el acento que pone en las “fuerzas morales”, una vez que la guerra se convirtió en “una cosa del pueblo”, y dejaron de resolverse “geométricamente “ en los gabinetes. En política (o en la guerra de clases; si invertimos por un momento la “fórmula” de “la guerra es la continuación etc. etc., por “la política es la continuación etc. etc.) pasa lo mismo; entonces ciertas reglas de los gobiernos de “desvío”, con rasgos bonapartistas, en momentos de “crisis orgánica”, se siguen expresando casi de manual. Aparte no jodamos, Ud. mismo se va a hasta Lasalle, para fundamentar su “reformismo-peronista-conservador”, ese muy moderno no es J.

3/Sobre el “pelotero”, en mi caso personal, papá y mamá, están en los fondos del conurbano (en el sur del GBA), disfrutando uno, de la abultada jubilación kirchnerista, después de 40 años de laburo en fábrica, en los que ni siquiera pudo terminar la “casa de material” y la otra de su magro sueldo de maestra, no hay mucho lugar para “volver”. Pero el amigo Octavio ya le respondió a ese discurso barato acá http://deshonestidadintelectual.blogspot.com/2011/08/mas-alla-del-24-de-octubre-y-la-logica.html, demostrándole que el verdadero “Pelotero” de los años kirchneristas se llama “La Cámpora”, donde “Maximus”, aprendió de los negocitos inmobiliarios que “Papa y Mamá” hicieron mientras reinaba el “orden de Varsovia” y ahora llevó a todos sus amiguitos para hacerlo con y a través del Estado.
4/ Y eso de la quinta columna …bueh, ¿quién organizó la “sormatén” criolla e hizo “desembarcar la reacción en los Barrios” (pero también en las fábricas y universidades)?, con una gran manito del General y sus amigos del “Bloque” (la CGT), lástima que no está el “bien finado” Rodríguez del SMATA, para preguntarle que pasó con toda la CI de Mercedes Benz, y este es solo un ejemplo resonante (e investigado) de una práctica común, no jodamos…
Saludos
FR

Comentario de Artemio López en mismo post, 17/09/2011.

Este análisis es perfectamente aplicable a la experiencia de 1946-55, 73/76 y a la que específicamente está referido. Es más, he leído reflexiones similares para cada uno de esos períodos. Algo no camina ya por la reiteración de la modalidad de análisis en tan diversas etapas de la historia de esta formación social tan vapuleada. Recuerdo de las años de sociología que lo q no caminaba en los análisis gramscianos era la caracterización de «crisis orgánica», muy inespecífica y , digámosle «todoterreno». Waldo Ansaldi en sus épocas de alfonsino-gramsciano leía la historia argentina prácticamente como el largo devenir de una «crisis orgánica»… A partir de ese mismo supuesto de que estamos una vez más ante una «crisis orgánica» el análisis de Rosso es interesante, pero «lo q ilumina no necesita ser iluminado» (así es la lógica del mito), no se fundamenta por qué estamos en presencia de una «crisis orgánica» tal como Gramsci la define …y no se fundamenta una vez más y van…
O sea este análisis tiene un origen mitológico compañeros. para un peronista no esta nada mal eso pero mucho me temo que no sea el caso de Rosso y su valet…
abrazo y salu2!

Post de Artemio López en Ramble Tamble, 17/09/2011.

crisis orgánica o crisis de coyuntura… el kirchenrismo impide la revolución?

Me resulta muy difícil ingresar a la polémica

que se esta dando ahora en Italia aunque más

no sea por cuestiones de semántica política ,

porque nuestros camaradas piensan

en una terminología muy elaborada y abstracta

a partir de las indicaciones conceptuales de Gramsci,

lo que nos plantea, a nosotros provincianos franceses,

terribles problemas de comunicación..

Louis Althusser, «La soledad de Maquiavelo» .

Siempre nos llamó la atención el uso y abuso de Gramsci en general y en particular de sus conceptos de «Hegemonía» y «Crisis Orgánica».

Todos hablan de Hegemonía, Lilita, Ricardito, Grondonita, todos … Crisis Orgánica tiene menos «seguidores» pero también mete ruidito. Hazte fan de la «Crisis Orgánica»!

Recordamos por caso a Waldo Ansaldi que en sus épocas filoalfonsinogramsciana, dando su materia en sociología, tomaba la historia argenta y devolvía al auditorio una larguísima «Crisis Orgánica» de Cisneros a Cámpora, sin escalas.

Siguiendo el festival de la «Crisis Orgánica, para diversos analistas gramscianos la hubo en el año 1945, pero también en el año 1955, igual «Crisis Orgánica» aconteció en el año 1973 y ahora también hubo «Crisis Orgánica» en el año 2001.

Conclusión: Un cigarrillo y una «Crisis Orgánica» en este país, no se le niegan a nadie.

Al respecto, el compañero Rosso, en este muy interesante post , supone entonces que el kirchnerismo resuelve la «Crisis Orgánica» del año 2001 , en dirección a la «restauración conservadora».

Obturarían así el doctor Pierre y su balet, el despliegue de un nuevo «bloque histórico», o sea, dicho sin mediaciones gramsceriles, impide «la revolución» … como Perón en su momento, esta vez Néstor se interpuso y Cristina , ahora , dará un vuelta de rosca final a la consolidación de la ya mencionada «restauración conservadora».

No discutimos acá el desarrollo del texto de Rosso que está bien escrito, es internamente coherente y bien organizado, pero (ay!) sostenido en un supuesto inicial falso que dice: «Existe más o menos un acuerdo generalizado de que en el 2001 hubo, en términos gramscianos, una «crisis orgánica». Una crisis catastrófica de la economía, combinada con una crisis social y política. El fracaso de la «gran empresa» de la convertibilidad que nos llevaría al moderno primer mundo y por la cual hubo que sacrificar hasta las joyas de la abuela, devino en una crisis de representación y una movilización de masas que se convirtieron en «jornadas revolucionarias».

No hay ningún «mas o menos» acuerdo, compañero Rosso, o al menos no debiera haberlo.

En el año 2001 a nuestro juicio y de muchos más, no hubo «Crisis Orgánica» sino –a pesar de su espectacularidad– «Crisis de Coyuntura» , y no lo hubo porque las consideraciones específicas para que una crisis sea considerada «Orgánica» siguiendo el modelo teórico gramsciano (que no es el mejor ni el único) son muy estrictas.

Leemos dos principales determinaciones que no se cumplen en el año 2001 y desbaratan el presupuesto de Rosso y luego por inferencia lógica, dinamitan el texto que le sigue, coherente y muy recomendable:

Primer elemento de la teoría de la crisis orgánica que no se cumple en 2001.

Con el concepto de ‘crisis’ Gramsci identifica una fase histórica compleja, de larga duración y de carácter mundial, y no uno o más acontecimientos que sean las manifestaciones particulares de ella. El concepto de crisis define, en efecto, aquello que habitualmente se denomina ‘período de transición’, es decir un proceso crucial en el cual se manifiestan las contradicciones entre la racionalidad histórico-política dominante y el surgimiento de nuevos sujetos históricos portadores de inéditos comportamientos colectivos.

“Se trata de un proceso –escribe Gramsci- que tiene muchas manifestacions y en el cual las causas y los efectos se complican y se superponen. […] Se puede decir que la crisis como tal no tiene una fecha de comienzo sino sólo de algunas manifestaciones más clamorosas que suelen identificarse con la crisis, errónea y tendenciosamente.

El carácter mundial de la crisis es destacado por Gramsci en aquél paso en que afirma que, si bien algunos países “han sufrido más la crisis”, es una “ilusión” imaginar que se puede escapar de ella; ilusión que deriva del hecho que “no se comprende que el mundo es una unidad, se quiera o no se quiera, y que todos los países permaneciendo en ciertas condiciones estructurales pasarán por alguna ‘crisis’ ”. (Cuadernos, 1757)

El segundo elemento de la teoría de la crisis orgánica ausente en 2001:

Consiste en la identificación de ella como proceso que involucra al conjunto de la vida social, razón por la cual no puede ser reducida a sus aspectos particulares: crisis financiera, crisis de autoridad, crisis comercial, crisis productiva, etc. “Es difícil en los hechos separar la crisis económica de las crisis políticas, ideológicas etc., si bien ello pueda hacerse científicamente, es decir, mediante un trabajo de abstracción”. (Cuadernos, 1756) Es con el concepto de crisis orgánica que Gramsci define una crisis histórica global. El contrapone el concepto de crisis orgánica al concepto de crisis coyuntural. Una crisis coyuntural “no es de amplia dimensión histórica […] y se presenta como ocasional, inmediata, casi accidental” (Cuadernos, 1759) y está determinada por factores “variables y en desarrollo”. (Cuadernos, 1077)

Una crisis de carácter orgánico, en cambio, “afecta a los grandes agrupamientos más allá de las personas inmediatamente responsables y más allá del personal dirigente” (Cuadernos, 1759); en este caso “se verifica una crisis, que a menudo se prolonga por décadas.

Esta duración excepcional significa que en la estructura se han revelado (han madurado) contradicciones insanables, aunque las fuerzas políticas que actúan en orden a la conservación y defensa de la misma estructura se esfuerzan por sanar en ciertos límites y superar”. (Cuadernos, 1789-80)…

Hubo pues en el año 2001 una movidísma «Crisis de Coyuntura» , no estaba planteada la emergencia de un nuevo bloque histórico ( salió primero Menem, casi entra al balotage López Murphy, amigo… y Kirchner ya presidente, cantaba falta envido con un cuatro de copas en la mano, cada día !) , muy lejos quedaba entonces «la revolución » de las cacerolas abolladas por el tingui tingui de los ahorristas…

La superación de la notable «Crisis de Coyuntura», materializada finalmente por el populismo en la nueva fase kirchnerista fue progresiva, en orden a mayores niveles de justicia y equidad, pero esta es otra discusión que la planteada en el muy recomendable, pero a nuestro juicio inicialmente objetable, post de Fernando Rosso.

Finalmente el problema de Fernando Rosso no es el desarrollo, la lógica interna de su texto que es buena, sucede que lo que nuestro amigo supone inicialmente que SI PASABA, eso, exactamente eso, NO PASABA , por lo que todo lo demás , se cae como calzón de puta, perdóooon, «pierde consistencia» o mejor aún «perd de la consistance«.

En fin, siguiendo las enseñanzas del General Perón decimos a los compañeros del PTS: «La crisis orgánica no es, pues, ni una crisis puramente económica ni una crisis específicamente política: ella consiste precisamente en la contradicción entre las relaciones económicas existentes y las relaciones políticas emergentes, entre economía y política, entre ‘condiciones’ e ‘iniciativas’, entre estructura y superestructura». Pssssss!

Nuevo post de Fernando Rosso en El violento oficio de la crítica, 20/09/2011.

¿Progresista o Restaurador? Otra vez sobre Gramsci y el kirchnerismo (una respuesta a Artermio López)

Para que siga el debate que empezó acá y continuó acá, posteamos una nueva respuesta a Artemio López que elaboramos con una gran colaboración del amigo Juan Dal Maso, del blog «Los Galos de Asterix»

En la discusión sobre las categorías gramscianas hay un eterno debate “hermenéutico” en torno a la interpretación sus textos, escritos en gran parte bajo una forma que le permita esquivar la censura. Esto ha colaborado para que exista un Gramsci “todo terreno”. Sin embargo, su historia personal y sobre todo política debería haber puesto ciertos límites al “libre albedrío” en la interpretación de su marxismo. Partamos entonces de aclarar algunos supuestos de los que parte la argumentación de Artemio López.

No es correcto lo dice Artemio López sobre que Gramsci plantee la “crisis orgánica” como una crisis mundial y simultánea. Si bien no lo explicita mucho en los Cuadernos, Gramsci parte del marco estratégico de la III Internacional, que consideraba la época imperialista como una época de declinación del capitalismo como sistema social, pero esto no significa que vea una crisis permanente ni mucho menos. Considera a la crisis económica como una condición, pero no como la única determinante de una crisis orgánica, dándole un peso principal a la crisis del Estado en su conjunto, la cual se expresa a través de la separación de las masas respecto de los partidos tradicionales de estructuración nacional. Precisamente porque una de las crisis del imperialismo tiene que ver con la contradicción entre el desarrollo de la economía mundial y los límites de las fronteras nacionales, la crisis orgánica se expresa con desigualdades y expresiones nacionales concretas, que a su vez hablan del marco internacional en que surgen.

La debilidad de Gramsci, que es tener un punto de vista principalmente nacional en detrimento del internacionalismo, lo cual lo alejó de Trotsky, le permite contradictoriamente captar la dimensión de la crisis orgánica como fenómeno con raíces internacionales pero con expresiones nacionales «peculiares».(ver acá un interesante contrapunto entre Trotsky y Gramsci)

Aun así la visión de Artemio sobre la crisis económica es errónea o por lo menos un tanto «provinciana». Desde la salida de la crisis de los ’70 que se basó en ataques a las condiciones de vida del movimiento de masas, evitando «sanear» los capitales sobrantes, hubo diversos capítulos de la crisis económica, de los cuales, por poner algunos de la última década y media, fueron hitos la crisis del Tequila, la crisis del sudeste asiático, el “default” ruso y la crisis argentina en este marco. Sin crear «crisis de la autoridad estatal en su conjunto» a escala mundial, los capítulos previos de la crisis fueron mostrando un cambio de condiciones que hacían cada vez más imposible el sostenimiento de la convertibilidad. En cierto sentido, la Argentina fue un «eslabón débil» que mostró la crisis del “neoliberalismo” a nivel mundial. Es decir, que Artemio se equivoca cuando afirma sin más que fue una crisis nacional coyuntural, dejando de lado el contexto mundial. La crisis argentina fue «orgánica» también porque incluyó el fin de un «modelo» de acumulación que se había tornado obsoleto para las condiciones imperantes en la economía mundial y junto con él hizo estallar el sistema de partidos predominante desde la salida de la dictadura.

Sin embargo, para Gramsci lo central de la crisis orgánica no es que esta pueda transformarse en revolución, sino que plantea una crisis de la autoridad estatal, que puede abrir paso a un proceso revolucionario, en caso de que exista una fuerza combativa organizada previamente o a una solución de fuerza cesarista en caso de que ésta última no exista y la iniciativa de los de abajo se vuelva discontinua y desagregada o combinaciones de «coaliciones» con elementos cesaristas como planteamos en el post anterior .

No obstante lo dicho anteriormente, acordamos con Artemio López en que el sistema teórico gramsciano no es el único (y también discutible si es el “mejor”) sobre todo si se lo intenta utilizar en un país semicolonial como la Argentina, cuando en su génesis fue pensado para los países que integran (o integraban) lo que Gramsci llamaba “occidente”, es decir, las democracias capitalistas más o menos avanzadas de su época. Por eso nosotros partimos de que “En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno gira entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capitalismo extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros” (León Trotsky “La Industria nacionalizada y la administración obrera”1939). Las condiciones especiales de poder estatal se caracterizan por una mayor “inestabilidad”, comparado con las democracias “avanzadas” o imperialistas, estructuralmente los países semicoloniales son mucho más “inorgánicos” (o «desigual y combinado«). En esto puede estar la base de tantas “crisis orgánicas” que vieron muchos “gramscianos” a lo largo del siglo XX. Y tienen cierta base de verdad, la historia política Argentina del siglo pasado estuvo caracterizada por convulsiones políticas permanentes. La estabilidad democrática de los últimos 30 años tiene su base en una enorme derrota histórica de la clase obrera y los sectores populares.

Pero hay “crisis y crisis”, si todo es “crisis orgánica”, nada es “crisis orgánica” y si todo es “crisis de coyuntura”, nada es “crisis de coyuntura”, por lo tanto es mejor hacer una discusión concreta y no solo de conceptos.

En el debate, Artemio López hace algunas operaciones donde intenta hacernos decir cosas que no afirmamos, para después “refutarlo” (o “falsarlo”), a saber:

En ningún momento afirmamos que la “crisis orgánica” se haya convertido en el 2001 en “revolución”, sino más bien planteamos lo contrario, tampoco Gramsci dice que “crisis orgánica” signifique inmediatamente revolución, como ya explicamos. Había una debilidad en “los de abajo”, producto de su historia política reciente, tanto en términos de subjetividad como de dirección política y la burocracia sindical jugó un rol muy importante para que el proceso avance lo menos posible hacia allí. Esto es una forma muy burda de ridiculizar nuestra posición. Si quiere discutir con Vilma Ripoll y sus “revolución de las cacerolas”, puede hacerlo, pero nosotros no somos, ni queremos ser Vilma Ripoll (menos en este momento!, ejem…si ella lo dice…). En esta respuesta a Manolo Bargue, en los comentarios del post, ampliamos sobre esta cuestión.

Justamente por esto no usamos el concepto gramsciano de “revolución pasiva” o de “diplomatización de la revolución”, para el kirchnerismo, precisamente porque el 2001 las acciones de masas fueron “jornadas revolucionarias” y no revolución. Sin embargo, el kirchnerismo llevó adelante una «pasivización» de los movimientos que habían tenido expresión en aquellos días convulsivos.

Ahora, en este marco, la crisis que tuvo su expresión aguda en diciembre del 2001, no fue una crisis política más (como podía ser la crisis de la “Banelco”) o una crisis económica más. Sino que se combinó una crisis económica profunda (determinada por la crisis internacional del “paradigma neoliberal”), con una crisis social de magnitud y una crisis de hegemonía (ruptura entre “representantes y representados”, con el hundimiento de un partido histórico como el partido radical), todos elementos que Gramsci toma para definir una “crisis orgánica”. Una crisis de la autoridad estatal y de un “tipo de estado”, basado en la convertibilidad y un bipartidismo decadente (“pacto de Olivos), “remendado” (Chacho y la Alianza) pero todavía sobreviviendo.

Duhalde, el pejotismo y la burocracia sindical, hicieron el trabajo sucio e impusieron la devaluación (una medida, digamos…no muy progresista y una gran base para los “años kirchneristas” posteriores), que junto con la mejora de las condiciones internacionales para la Argentina, permitieron ir saliendo de la crisis catastrófica de la economía.

Sin embargo la “crisis de autoridad” estatal se mantenía y es ahí donde NK y sus “coaliciones”, comienzan su rol restaurador, conservador, con una primera “etapa” N&Pop (en la que logró el “trasnformismo” de muchos “intelectuales”, incluso Artemio mismo, siempre visto desde el peronismo “mazorquero” como un “infiltrado menchevique”, se convirtió a la ortodoxia peronista, y hoy es más papista que el Papa). Y ahora en su fase “cristinista” pretende terminar su tarea hasta el final.

Por último el intento de “minimizar” la crisis (“no fue orgánica, fue de coyuntura”) cumple la función de presentar los aspectos más «progresistas» del kirchenrismo únicamente como producto de una voluntad política y nada como producto de las circunstancias (que no dejaban margen para una continuidad del neoliberalismo a secas). De esta forma, «achicando» las dimensiones de la crisis, Artemio busca agrandar el rol progresivo del ciclo K, disminuyendo su rol profundamente conservador centrado en la recomposición de la autoridad estatal.

Haya sido “orgánica”, como creemos, “de coyuntura” o como sea, el kirchnerismo fue el “agente” restaurador y el cristinismo y su coalición, lo dejan ver más claramente. Esperemos no tener que escuchar nuevamente los llantos de una nueva “traición Frondizi” o una tragicómica “teoría del cerco”, cuando el N&Pop no sea más que un ¿“coyuntural”? recuerdo y CFK con Boudou y sus nuevos íntimos de la UIA, desarrollen lo que hoy están mostrando embrionariamente.

Pero la observación más importante a plantear, a propósito de todo análisis concreto de las relaciones de fuerzas, es la siguiente: que tales análisis no pueden y no deben convertirse en fines en sí mismos (a menos que se escriba un capítulo de historia del pasado) y que adquieren un significado sólo en cuanto sirven para justificar una acción práctica, una iniciativa de voluntad. Ellos muestran cuáles son los puntos de menor resistencia donde la fuerza de la voluntad puede ser aplicada de manera más fructífera, sugieren las operaciones tácticas inmediatas, indican cómo se puede lanzar mejor una campaña de agitación política, qué lenguaje será el mejor comprendido por las multitudes, etc. El elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanentemente organizada y predispuesta desde largo tiempo, que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable (y es favorable sólo en la medida en que una fuerza tal existe y esté impregnada de ardor combativo). En eso estamos….

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Comments (13)

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  1. AP dice:

    Muy interesante debate. Parece ser que los escribas ‘intelectuales’ del kirchnerismo compiten por ver quien interpreta mejor a Gramsci. El problema es ¿Para qué?. Evidentemente, para justificar que la única salida posible a la crisis 2001 era el kirchnerismo. De allí pegan un salto acrobático, pasando a caracterizar el producto, como progresista e introductorio de mayores niveles de justicia y equidad. No creo que el 2001 fuera la expresión de una ‘crisis orgánica’, tampoco una ‘crisis de coyuntura’. En todo caso, por ningún concepto, una ‘crisis revolucionaria’ pero tampoco una ‘crisis de alturas’consecuente al derrumbe de la convertibilidad, que no promovió más que la movilización de los sectores medios entrampados en el corralito. La mayoría de las organizaciones de izquierda, por aquellos años, sostuvieron que se abrió una situación’pre revolucionaria’ cuando no, directamente revolucionaria. En ese sentido, creo que la definición de ‘jornadas revolucionarias’ es equivocada, un eufemismo tributario de las caracterizaciones básicas. Si bien apareció en escena un difundido cuestionamiento a la corrupción política, lo central del caso es que no derivó en acciones de masa que tuvieran como protagonista central a la clase obrera, que no se insubordinó, ni dio muestras consistentes de querer sobrepasar a ninguna burocracia sindical. Las huelgas de empleados estatales no tuvieron desarrollo autónomo y las movilizaciones combativas de miles de desocupados no alcanzaron el umbral necesario para abrir una transición pre revolucionaria, por que la abrumadora mayoría de la clase obrera permaneció expectante. Por un largo período, sin embargo, la clase media sí se comportó como un factor de desestabilización de la estabilidad política. Es sabido, que la clase media constituye un poderoso factor de soporte al régimen, sin cuya ayuda, la minoritaria burguesía no podría sostenerse. La transitoria inhabilitación de su rol funcional, sin representar tendencia revolucionaria alguna, fue un escollo a superar, como también la represión y esterilización de la vanguardia amplia que representó el movimiento piquetero. Naturalmente, a esta tarea se abocaron los sucesivos gobiernos peronistas. No puede olvidarse que en buena medida, el peronismo venía preparando el recambio, que, finalmente logró de un modo traumático, apropiándose de los frutos de la movilización popular. En pocas palabras, una movilización popular visceral ante las consecuencias de la crisis, que vehiculizó un semigolpe institucional, cuyas consecuencias son, como es de esperar en estos casos, funcionales a la clase capitalista y reaccionarias respecto de los intereses históricos e inmediatos de la clase trabajadora. Solo idiotas o charlatanes a sueldo de la burguesía pueden negar que la salida de la crisis y el ulterior crecimiento no se edificó sobre una brutal depreciación de la fuerza de trabajo, que, en forma menguada todavía perdura, flanqueada por una mayor explotación relativa por productividad. Bajo el gobierno ‘nacional y popular’ la recuperación de los niveles de empleo no fue más que una expresión del ciclo económico y la parcial recuperación de los salarios, de una combinación de este con la lucha exitosa de los explotados, que, ya sea por la acción preventiva de la burocracia o por la mediación de la presión de sus segmentos más combativos, lograron subas, constantemente enfrentadas a la inflación en alza. ‘Equidad’ ‘Justicia’ son bonitas palabras, sobre todo cuando se las abstrae de sus contenidos de clase. Para los trabajadores no hay equidad, puesto que parte del valor que generan con su trabajo no se les paga y constituye la base de la ganancia capitalista, de la cual, a su vez, se nutre toda la vasta burocracia estatal y se desparrama generosamente hacia los bolsillos de los defensores del sistema. Para los trabajadores no hay justicia, puesto que toda vez que con su lucha cuestionan el dominio del capital, se muestra con su verdadero rostro, el de la violencia estatal organizada, contra los huelguistas o los revolucionarios. Frente a los principios de clase, las categorías gramscianas, con todo el respeto que merecen, importan un bledo. El populismo kirchnerista no es más que la máscara de los intereses de la burguesía. Sus rencillas de reparto con determinadas fracciones ‘oligárquicas’ son pujas entre hermanos, con distinto aprecio sobre como explotar mejor a los trabajadores y dividirse la tajada. El tan mentado ‘antimodelo’ no es más que una tibia ruptura en la continuidad, que ni por un instante merece que los obreros se cuadren con ella. La lógica del ‘progresismo’ del ‘mal menor’ no es más que una farsa montada para consumo de analfabetos políticos y es el deber de los revolucionarios defender esta verdad. No importa cuantos votos saquen, no importa cuanto rebuznen sus ‘intelectuales’ a sueldo, no importa cuanto quieran usurpar el legado revolucionario. Son prostitutas del poder,aptas para venderse al mejor postor cuando los vientos cambien. Hay que marcarles la cara.

  2. […] por izquierda, los troskos golpeamos al kirchnerismo… y gente como Omix les da por derecha. Acá se puede ver el recomendadísimo debate entre nuestros compañeros Fernando Rosso y Juan dal Maso […]

  3. Martin Argo dice:

    Para AP la crisis del 2001 no fue orgánica, pero tampoco coyuntural ni fue una crisis revolucionaria. Es una lástima que AP no pueda decirnos, desde su superior clarividencia, qué clase de crisis fue la de 2001. No estaría de más (sino que se echa en falta) alguna argumentación de AP en apoyo de sus afirmaciones.
    La crisis de 2001 no puede haber sido coyuntural porque es claro que marca un final de período, con él llega a su fin toda una orientación de las políticas económicas capitalistas (el llamado neo-liberalismo, etc.) y de una manera de gobernar (donde las masas no forman parte de la balanza política que orienta al personal gobernante).
    De orgánica, la crisis del 2001 tiene -como acertadamente señalan los compañeros del PTS- que convulsionó todos los planos o los estratos o las esferas de la vida social, y no sola o separadamente la vida económica, o la política, o “las costumbres”, etc., sino a todas ellas juntas. En cuanto a la objeción de López, que descarta el carácter orgánico de la crisis porque no se prolongó lo suficientemente en el tiempo, cabe señalar que el concepto de “crisis” es opuesto por el vértice al de duración indefinida en el tiempo: Análogamente a las enfermedades agudas o los ataques, una crisis se concentra en un lapso acotado de tiempo, y debe “resolverse” o decantar en uno u otro sentido, más o menos transitoriamente, etc. La crisis de 2001, que no pudo resolverse revolucionariamente, se resolvió en una dirección restauracionista, de recuperación del poder por el personal político de la burguesía. Pero esta recuperación o re-institucionalización burguesa se procesó dentro de condiciones y limitaciones establecidas por el estallido de 2001 y, en ese sentido, hubo y aún hay una prolongación en el tiempo de la crisis de 2001 hasta hoy mismo.
    Es claro que quienes quieren ver en el kirchnerismo la encarnación de un nuevo período histórico defiendan la idea de que la crisis terminó hace rato y hemos pasado a un período positivo, de naturaleza no crítica. Semejante modo de ver las cosas está en los genes del kirchnerismo, es su condición de posibilidad. Pero precisamente por eso es que, con semejante planteo, los kirchneristas más que explicar la crisis del 2001 están estructurando un discurso, una narración, tendiente a justificar su propia existencia, su “vigencia histórica” por así decirlo.

    Como mencioné al principio, AP pone en cuestión la naturaleza revolucionaria de las jornadas de diciembre de 2001, sin mayores (ni menores) argumentos.
    Acá también convendría analizar qué tuvo de revolucionaria -y qué no- aquella crisis. Es claro que de revolucionaria tuvo la imposibilidad, por parte de la burguesía, de seguir gobernando como lo venía haciendo, así como la irrupción incontenible de las masas en el escenario, las clases medias “acorraladas” pero especialmente las masas desempleadas y/o pauperizadas. Lo que le faltó de revolucionario a la crisis fue una alternativa política propia de los explotados, capaz de barrer definitivamente el poder de la burguesía y establecer el propio.
    AP niega que la clase obrera haya jugado entonces un papel central, como si la dicha clase se circunscribiera al proletariado industrial, etc., y el movimiento piquetero fuera la expresión de vaya uno a saber qué otra clase. Con sorprendente ligereza, AP afirma que en 2001 la clase obrera no se insubordinó.
    Habrá que suponer, entonces, que la interminable oleada de saqueos que precedió a la pueblada del 20 de diciembre debe entenderse, todo ello, como un paradigma de subordinación. Y habrá que suponer que Duhalde aflojó dos millones de subsidios al desempleo de puro dispendioso que era, y no como un costosísimo recurso de emergencia (¡diametralmente opuesto a toda la política social aplicada por la burguesía hasta ese momento!) para contener la tendencia a la “insubordinación” (uso la expresión de AP para de paso poner en evidencia por cuánto “le quedaba chica” a la situación) de toda una franja de la clase trabajadora.

    Creyendo prestar algún aval a su tesis (o a su no-tesis, sería mejor decir), AP señala que las movilizaciones piqueteras “no alcanzaron” para iniciar una transición revolucionaria.
    Esta objeción es, en realidad, una concesión a quienes asumimos las características revolucionarias de aquel proceso, porque si algo no “alcanza” para cumplir un objetivo, eso significa que el objetivo está abiertamente planteado. Y si se habla de movilizaciones combativas, quiere decir que ese objetivo está planteado no en los café de Avenida Corrientes o el antro secreto de algún doctrinario “revolú”, sino en las calles mismas, en el escenario más vivo y central de la lucha de clases tal como ésta efectivamente estaba teniendo lugar.
    Más allá de que AP habla de movilizaciones combativas de miles -¡no parece que en el 2001 esta persona haya estado viviendo en la Argentina!- cuando el movimiento piquetero pudo movilizar simultáneamente el inusitadamente elevado número de 200.000 personas en todo el país, cabe señalar que el hecho de que una crisis no desencadene una transición revolucionaria no significa que la crisis misma haya carecido de características revolucionarias.
    AP mensura los hechos históricos de atrás para adelante, se doblega acríticamente ante el hecho consumado, de un modo en todo similar a la interpretación kirchnerista de la historia (el 2001, en la visión K, sólo expresaría el paroxismo agónico del neo-liberalismo y los dolores de parto del gobierno popular, bla bla bla). Pero una situación o una crisis no son revolucionarias o dejan de serlo según den -o no- paso a una revolución triunfante. Una crisis de características revolucionarias (o que, como señalé, reúna algunos rasgos definitorios de la situación revolucionaria aunque no todos) puede también dar paso a una contrarrevolución, o a una restauración con rasgos más o menos excepcionales, a un escenario perdurablemente inestable, etc. (¿no le suena esto último a AP?), dependiendo de un conjunto de factores nacionales e internacionales difícilmente ponderables de antemano.

    Por último, AP habla de un recambio preparado por el peronismo con mucha antelación, y de un golpe semi-institucional como claves de la situación que remite así la movilización de masas -el “estallido social”- a un mero “transfondo”, a un decorado flamígero nada más que en apariencia. Se entiende, entonces, por qué diciembre de 2001, para AP, no fue una crisis ni orgánica, ni revolucionaria, etc. ¿Crisis? ¿Qué crisis?
    AP considera a la burguesía, a Duhalde y al peronismo mucho más como sujetos de lo que ellos mismos se consideraban entonces. AP se olvida de las vacilaciones del propio Duhalde para admitir la presidencia, se olvida de las veces que amenazó renunciar a ella, se olvida de la rápida sucesión de cuatro figuras distintas en el poder ejecutivo nacional, del retiro anticipado de Duhalde por la crisis desatada ni más ni menos que por la masacre de Puente Pueyrredón, y se olvida sobre todo de la improvisada invención y del carácter 100% arribista -lo opuesto a una larga y premeditada preparación- del candidato Néstor Kirchner (que, encima ¡sacó menos votos que Menem en la elección de 2003!). Con el diario del día siguiente en la mano, AP concluye que acá no pasó nada, que el orden no ha sido alterado más que en apariencia y que, lejos de emerger algún sujeto histórico nuevo, la única historia real es la historia de la dominación burguesa.
    Las palabras fuertes -y hasta groseras- de AP contra el kirchnerismo, no cambian todo lo que de reaccionario tiene su modo de ver la crisis del 2001 y sus secuelas hasta el día de hoy.

  4. AP dice:

    Compañero Martín. Da toda la impresión que se ha puesto un poco alterado por que alguien osó cuestionar las sagradas ‘jornadas revolucionarias’ del 2001. Tal vez por eso se le han escapado algunas chicanas berretas.
    En primer lugar, lo que usted dice es que la crisis de 2001 tuvo algo de revolucionaria y algo no. Su definición encaja con la vulgarización de la categoría de situación revolucionaria que hacen numerosos partidos. El clásico lema ‘Los de arriba ya no pueden y los de abajo ya no quieren’ al que con frecuencia se apela, olvidando todo lo que Lenin y Trotski escribieron y dijeron al respecto. Lo que usted dice es que todas las condiciones de una situación revolucionaria estaban planteadas, menos una: El partido revolucionario. Esto es falso hasta la médula. Su diatriba no hace más que confirmar que las ‘jornadas revolucionarias’ que usted celebra, no eran más que un substituto de una ‘situación revolucionaria objetiva’. Si usted quiere que le amplíe mi criterio respecto de lo que dijimos e hicimos por aquellos días, ‘desde las catacumbas doctrinarias’ con más tiempo se lo aclaro. Si le molestó algún epiteto contra el enemigo de clase, lo lamento, trataré de no herir sensibilidades. Desde yá, me disculpo con las trabajadoras sexuales por haberlas comparado tan infelizmente.

  5. AP dice:

    Compañero Martín. Me quedaron algunas cuestiones en el tintero. Paso a desarrollar. En su comentario crítico, usted hace algunas afirmaciones cuestionables. La primera es que el 2001 dio lugar a una ruptura integral del modelo neoliberal. Esta es una concesión gratuita al discurso dominante. Hay ruptura dentro de la continuidad. Las privatizaciones no fueron tocadas. El nivel de endeudamiento es similar al de 2001 y frente al cuello de botella que se avecina, se perfila un crecimiento de la misma. El gasto público medido en dólares no es muy distinto. Lo más importante, la flexibilización de la fuerza de trabajo, núcleo duro de las políticas capitalistas, sigue a ultranza como podemos comprobarlo todos los que nos deslomamos para garantizar la subsistencia, en los marcos de una inflación creciente. Lo que ha mejorado es el nivel de empleo, como consecuencia del crecimiento económico consecuente a los beneficios del comercio internacional y no a tal o cual receta ‘keynesiana’ milagrosa, sino al mejoramiento del tipo de cambio y los altos precios internacionales de los alimentos y materias primas.En cuanto a la manera de gobernar, por supuesto que los sucesivos gobiernos kirchneristas toman en cuenta a las masas. Hay una fuerte política de contención social y regimentación de las organizaciones sociales, aderezada con buenas dosis de represión ‘democrática’ de los conflictos obreros y populares.
    En cuanto al concepto de crisis. Aquí no estamos hablando de crisis en general, sino, de ‘crisis revolucionaria’. Por supuesto que el 2001 representó el punto culminante de una crisis y no de una crisis superficial y fácilmente asimilable. He polemizado en múltiples ocasiones con las ópticas del ‘no pasó nada’. Pero el hecho es que, la crisis económica, política y social, no dio lugar a una crisis revolucionaria, puesto que, no dio paso a una situación revolucionaria. Lo que se insinuó como un primer movimiento en ese sentido, protagonizado por las franjas más azotadas de los explotados, no se masificó ni dio lugar a la intervención de la clase obrera activa que no se levantó contra los vértices sindicales y políticos. Por eso no se abrió una situación revolucionaria, ni la perspectiva de una lucha por el poder. Este factor ausente inhabilita definir a la situación como revolucionaria, no solo la inexistencia de un partido revolucionario capaz de influenciar a las masas. La abrumadora mayoría de la clase obrera no se levanto por que la burocracia o la represión estatal lo impidieron, sino, por que no manifestó disposición a emprender acciones revolucionarias y eso no se explica por que fuera paralizada por mitos urbanos sobre ‘hordas de saqueadores’ que fue una de las versiones que circularon por aquellos años. Por eso no hubo ‘crisis revolucionaria’, ni ‘situación revolucionaria’ ni revolución. En efecto, crisis revolucionaria es un lapso acotado de tiempo. Es como una fiebre de 41 grados, o se muere o se mejora. No hay situaciones crónicas, que es adonde usted parece deslizarse, con el ‘en cierto sentido’ la crisis sigue hasta hoy, dando lugar a un panorama de ‘inestabilidad'(?). Lo suyo es una versión ‘sui géneris’ de la ‘situación revolucionaria crónica’ que campea en muchas cabezas sectarias. Según su modo de ver, quienes sostenemos que atravesamos (por el momento) un periodo ‘no crítico’, con perdón de Cobos, somos ‘kirchneristas’, chicana barata que no resiste el menor análisis. Es una clásica amalgama estalista, que en el fondo, no significa otra cosa que: quienes no coinciden conmigo son kirchneristas, ergo, parte del enemigo de clase.
    Renglón aparte merece el concepto de una ‘crisis revolucionaria’ que no da lugar a una ‘transición revolucionaria’. Un monumento al absurdo. Si una crisis no da lugar a transición, por efímera que sea, no es tal, dado que una fuerza se manifiesta por sus efectos. Volviendo al punto de la centralidad de la clase obrera para definir una situación revolucionaria. Con todo el respeto que merece la lucha del movimiento piquetero, del cual fuimos parte, dado que, por mal que le pese a Martín Argo, vivimos en el mismo país y como el (me imagino) pusimos y ponemos el pecho, como expresión proletaria del proceso de lucha, no alcanzó como para garantizar la ‘centralidad’ de la clase obrera, ni mucho menos como para erigirse en ‘nuevo sujeto histórico'(por que ‘nuevo’? -no era acaso la clase obrera-). No hay ‘nuevo sujeto histórico’, del mismo modo que no hubo crisis revolucionaria, sino un levantamiento popular, frente al cual luchamos y lucharemos en el futuro, por convertirlo en revolución obrera. Si ver la realidad a la luz del arsenal del marxismo y no de los inventos acerca de ‘situaciones revolucionarias crónicas’ o ‘nuevos sujetos sociales’ le parece una aproximación ‘reaccionaria’ al asunto, corre por su exclusiva cuenta.
    Un saludo ‘revolú’.

  6. Martin Argo dice:

    Me alegro de que en esta oportunidad AP haya recurrido a la argumentación para sostener sus afirmaciones. En su argumentación, sin embargo, AP pretende por un lado desconocer distinciones conceptuales necesarias y, por otra parte, establecer otras distinciones diría que fantasiosas. Veremos.

    Empezando a responder por el final, diré que no veo por qué sería “un monumento al absurdo” (¿no le convendría atemperar sus hipérboles?) mi afirmación de que una crisis o una situación revolucionarias puedan no dar paso a una transición revolucionaria.
    Cabe pensar que, con esta interpretación histórica de atrás para adelante, si la revolución rusa de febrero no hubiera dado paso a una ulterior conquista del poder por los bolcheviques (lo cual dependió, en gran medida, de una oportuna intervención de Lenin en particular), no se habría tratado de una revolución. La idea misma parece bastante ilógica.

    De hecho, lo contrario a lo que AP sostiene sucedió en todas las revoluciones alemanas después de la Gran Guerra: hubo situaciones, crisis y hasta alzamientos revolucionarios que no dieron lugar a una transición revolucionaria (a un gobierno obrero) sino a una recuperación institucional del régimen capitalista, bajo nuevas formas dictadas, precisamente, por el escenario creado y condicionado por las mencionadas situaciones, crisis y (hasta) alzamientos revolucionarios. Salvando todas las distancias que sea menester salvar, el ejemplo que acabo de invocar guarda un claro paralelismo con el proceso abierto por el Argentinazo.

    Quizás para atenuar la irrealidad de su idea, menciona AP que debe existir una transición revolucionaria, SIQUIERA EFÍMERA, para poder hablar de situación o crisis revolucionarias.
    No sé qué podría querer decir esto. ¿Qué clase de transición revolucionaria sería una que no transita hacia la revolución sino hacia la restauración? ¿Qué podría ser transitar efímeramente hacia una revolución? ¿Encaminarse y no llegar? Si así fuera, entra en juego una cuestión de grados y de estimación de esos grados (estimación dentro de la cual podría incluirse cómodamente nuestro Argentinazo). ¿O consistiría en llegar -al gobierno obrero- y luego retroceder? Si se trata de esto último, muchísimas revoluciones reconocidas como tales deberían dejar de serlo, empezando por la paradigmática revolución rusa de 1905.

    Por otra parte, AP asigna al concepto de situación revolucionaria una supuesta centralidad de la clase obrera que, además, debe manifestar una trasparente voluntad de conquistar para sí el poder. Por menos de eso, AP no admite la existencia de situaciones revolucionarias y mucho menos de revoluciones.

    Sin embargo, la historia muestra muchos casos ya no de situaciones revolucionarias sino incluso de revoluciones (en el sentido sociológico y político de la palabra, si no en el histórico-estructural) donde la clase obrera no ejerce el protagonismo. Con semejante criterio, cabe sospechar que AP no admitiría la actual existencia de una situación con características revolucionarias en Egipto.

    En mi opinión, una irrupción violenta de las masas en el escenario político, que derroca al poder institucionalmente establecido (como sucedió en nuestro diciembre de 2001 pero no en la revolución rusa de 1905, que no fue capaz de derrocar al Zar) presenta inequívocos rasgos revolucionarios. Las revoluciones pueden no ser protagonizadas por la clase obrera en cuanto tal, sino por amplias franjas populares (donde la intervención de los obreros queda diluida en su sentido de clase) o por los campesinos.

    AP pretende distinguir entre una crisis revolucionaria -o una revolución- y un “mero” levantamiento popular (especialmente uno que derroca al poder establecido!). Francamente, me parece una distinción gratuita. Un levantamiento popular que derroca al poder establecido, si no es una revolución al menos sí manifiesta evidentes rasgos revolucionarios. Puede no ser una revolución si -y porque-, de no contar el levantamiento popular con una expresión política propia, no podrá darse continuidad y substituir al régimen depuesto por uno nuevo. Pero sin duda están presentes en semejante situación componentes inequívocamente revolucionarios.

    Dicho esto, paso a discutir el asunto de la perduración de la crisis.
    Como AP mismo reconoce que yo dije, una crisis no puede durar más que un tiempo acotado, tras el cual se debe resolver en uno u otro sentido, de modos más o menos (¡o menos!) estables y/o duraderos. Sin embargo, encuentra AP que yo me deslizo hacia el equívoco cuando señalo que, “en un cierto sentido”, mantienen vigencia condiciones que son la prolongación de la crisis de 2001 (idea que usted traduce, maliciosamente, como una adhesión de mi parte a la trasnochada tesis de la “pudrición permanente”, la crisis ininterrumpida, etc.).

    Pero, precisamente, que a partir de un punto crítico, un punto de inflexión en el transcurso histórico, la clase dominante cambie la manera de gobernar (algo que al menos AP ha admitido) es clara señal de que existió una crisis.
    Por otra parte, que la estabilidad del nuevo régimen sea tan frágil como ha mostrado ser a los largo de ocho años, habla de una perduración no de la crisis misma pero sí de los condicionantes originados por la crisis de 2001 que sólo halló una resolución transitoria, provisoria, inestable.

    Ver ambigüedad en esta última apreciación mía, sólo puede resultar de una lectura maliciosa o de una falta de comprensión, creo yo. ¡Para la propia burguesía argentina -al menos en su mayor parte- el régimen kirchnerista tiene características por así decirlo “excepcionales” que deberían ser, lo antes posible, liquidadas por una definitiva “normalización”! Si esto no sucede es porque, mal que a la burguesía le pese, la crisis de 2001 instaló condicionantes cuyo desmantelamiento está más allá de las potestades del personal político de la burguesía.

    Pone AP en tela de juicio mi alusión a la emergencia de un nuevo sujeto histórico.
    A esta alusión, sin embargo, el propio AP responde a la vez: sí y no.
    Por un lado, no habría emergido tal sujeto (o sea que para AP la clase dominante fue la que protagonizó el Argentinazo, no las masas populares y especialmente los jóvenes explotados del conurbano bonaerense).
    Por otro lado, para AP tal sujeto (el que no emergió!) no sería nuevo.
    Razonemos un poco: si algo no es nuevo es viejo, y si es viejo no se limita a emerger sino que existe con antelación! Entonces ¿en qué quedamos?

    Quizás AP no haya querido referirse a ningún sujeto concreto del proceso histórico-social efectivamente dado, sino a un sujeto ideal o un ideal de sujeto (es decir una idea que ya existe… en la cabeza de AP y, antes de eso, en algún texto doctrinario particularmente valorado por AP). Sin embargo, yo hubiera jurado que lo que importaba en esta discusión no es lo que hay en la cabeza individual de AP sino lo que se desenvuelve objetivamente en los procesos histórico-sociales.

    Sabemos que, en el sentido marxista tradicional de la palabra, para ser “histórico” un sujeto colectivo debe levantar y desarrollar un programa superador de lo establecido y, en ese sentido, sólo la clase obrera organizada en un partido socialista revolucionario puede alcanzar como sujeto una dimensión histórica en el sentido estricto.

    Pero, más allá del rigor terminológico, lo que yo buscaba al hablar de “sujeto” era determinar qué actor motorizó el proceso de diciembre de 2001, si la clase dominante o los explotados. Otra cuestión es quién, a la larga, logró controlar ese proceso (no sin grandes dificultades y violentos golpes de timón, como ya señalé y ejemplifiqué en un post anterior).

    Es decir que en diciembre de 2001 sí emergió en la escena política nacional, siquiera transitoriamente, un sujeto diferente a la clase dominante (que debió mandarse a guardar). El que no emergió como sujeto histórico -y ni siquiera político- fue el sujeto que según AP ya existe y no es nuevo: la clase obrera, con su fisonomía y su programa propios, socialistas.
    Más correcto sería decir que, el 20 de diciembre de 2001, la clase obrera -como clase en sí- intervino políticamente diluida, sin programa propio (o sea, sin constituirse en clase para sí).
    E pur si muove: Diluida y sin propgrama diferenciado, pero la clase obrera -especialmente su capa más joven y empobrecida- intervino en la pueblada que hizo escapar a De la Rua en helicóptero.

    Por último, lo primero. No creo haber dado a entender que le kirchnerismo represente una ruptura “integral” con las políticas económicas actualmente llamadas “neoliberales”. Sólo usé la palabra “neoliberalismo” desde una cierta distancia irónica (hablé del “llamado” neoliberalismo), para aludir lo más resumidamente posible a las políticas económicas características de los 80 y los 90.
    Que el giro o el cambio post 2001 no hayan sido “integrales” -en eso estoy muy de acuerdo con AP- no quiere decir que no haya habido ningún cambio, ni que éste haya sido irrelevante. Es claro, por ejemplo, que el neoliberalismo menemiano no renunció a la intervención del Estado, sino que éste último intervenía en una determinada dirección, etc.. Pero entre la política de apertura menemiana y la política proteccionista kirchneriana, entre el desregulacionismo menemiano y el regulacionismo kirchneriano, etc. las diferencias son obvias.

    Por supuesto que, en lo que hace a modos de gobernar, no es por ninguna particular vocación suya que hoy la burguesía deba hacerlo tomando en cuenta -siempre desde la perspectiva de sus propios intereses como clase explotadora- a las masas trabajadoras. (Es clara la diferencia entre esto y lo de “ramal que para, ramal que cierra” ¿no?). Pero, precisamente, si la burguesía hace esto es porque en diciembre de 2001 hubo una crisis tan importante como para, muy a su pesar, obligarla a cambiar su modo de ejercer la dominación sobre las masas.

  7. AP dice:

    Compañero Martín. Los argumentos han sido planteados desde un primer momento, solo que usted no los registra. Es el procedimiento al que recurren todos los sofistas. Una crisis revolucionaria es la apertura de una situación revolucionaria, en cuyo decurso se decantará mediante un enfrentamiento entre las clases antagónicas, si esta triunfa o es aplastada. Si una crisis revolucionaria no abre un período de idéntico carácter, no tiene nada de tal. La existencia de una situación revolucionaria no se define por que triunfe una revolución. Condicionar su existencia (la de una situación revolucionaria o transición revolucionaria) a la toma del poder por la clase trabajadora, es, en efecto, como usted sugiere, bastante ilógico. Justamente por ello, es ilógico plantear que se existió una ‘crisis revolucionaria’ sin transición, es decir, sin que se constituya una situación revolucionaria. Quizás, lo que usted quiere decir es que, efectivamente, eso fue lo que inauguró la crisis de 2001, aunque no haya triunfado, por el momento, una revolución proletaria. Es decir, ni más ni menos que lo que afirmó y afirma gran parte de la izquierda, o sea, que la caída de la dupla De la Rúa-Cavallo fue una revolución (democrática ‘a nivel del gobierno’ ‘De Febrero’)o el principio de una situación revolucionaria indefinida. Ese es, precisamente, el criterio que no comparto. Diciembre de 2001 no fue una revolución, por que, la abrumadora mayoría del sujeto social revolucionario, la clase obrera, permaneció pasiva. La valiente vanguardia que se batió contra la represión en la Plaza, no era la avanzada de una clase obrera que mostraba disposición a emprender acciones revolucionarias. Los movimientos piqueteros combativos (que se masificarón después y nunca llegaron a influenciar más que a una fracción menor de los desocupados)no llenaron ese vacío. La disposición revolucionaria de la inmensa mayoría de la clase trabajadora activa (industrial, de servicios, del comercio) no existió, ni en las primeras fases del proceso de recambio de gobierno, ni cuando este descargó el brutal mazazo devaluatorio. Nada de ello obsta reconocer que existió un levantamiento popular que no derivó en insurrección. Nada impide reconocer que en su seno se destacaron vanguardias combativas o que franjas organizadas de los trabajadores desocupados no dieran una dura pelea por sus reivindicaciones. Como experiencia de lucha, diciembre de 2001 y todo el periodo inmediatamente subsiguiente representó un punto de inflexión en la política argentina, en el que cientos de miles de proletarios y también elementos de clase media, desarrollaron una dura y prolífica pelea contra las condiciones a que los sometieron. Movimientos combativos de desocupados, Asambleas populares y fábricas recuperadas para la autogestión fueron su producto más genuino. Esa experiencia, para nada debe minimizarse ni tampoco considerarse completamente extinta en la conciencia de amplios sectores. No hubo proceso en que no hayamos participado con todas las ganas de impulsarlo hasta el máximo que pudiera dar, no para conformarlos en una colateral de secta, sino para desarrollar en su seno conciencia revolucionaria e independencia de clase. Pero nada de ello nos autoriza a caracterizarlo como una revolución democrática o el principio de una revolución proletaria, es decir, una situación revolucionaria. Esto no es doctrinarismo. Es análisis concreto de la realidad concreta.
    En otro plano de la misma discusión (que significa la apertura de una situación revolucionaria)las salvedades que hay que introducir con el período abierto a partir de la insurrección alemana de 1919 (aproximadamente 5 anos) son tantas que no salvan ni dejan nada en pié de la comparación que usted pretende efectuar. Alemania, al igual que Rusia vivió una ‘revolución doble’ democrática, contra el poder de la aristocracia imperial y proletaria, representada por los soviets armados y la fracción revolucionaria e internacionalista del SPAD. A partir de la implantación de la República sobre la base de la decapitación de la vanguardia obrera, se sucedieron una serie de insurrecciones de proporciones épicas, aplastadas por medio de la represión indiscriminada de los carniceros socialdemócratas flanqueados por falanges derechistas. Su intento de comparación es voluntarismo puro o un autoengaño. El ‘claro’ paralelismo abierto con el ‘Argentinazo’, por decirlo con términos suaves, es una completa exageración.
    Renglón aparte, merece la absurda conclusión que me endilga, respecto que no puedo reconocer la existencia de situaciones revolucionarias o revoluciones. Lo que yo digo es que, en el caso que tenemos bajo análisis, no hubo situación revolucionaria ni revolución y ninguna sofistería, ni juego de palabras, ni invento ‘heterodoxo’ o ‘revisionista’ o sencillamente ‘entelequia sectaria’ lo cambia.
    Otro particular merece la absurda comparación entre el derrocamiento de De la Rúa y la caída del Zar. (el Zar del sueño) afirmando que en ambos casos se cumplía el derrumbamiento del poder establecido. El Zar era la cabeza de un régimen social. La ‘autocracia’ era el régimen político social. Con todo lo importante que puede ser forzar la huida de un presidente, que, se fue en helicóptero por la tarde, pero volvió en auto al día siguiente a retirar la almohada y el cepillo de dientes y hasta recibió a mandatarios extranjeros, hasta que los barones del peronismo le recibieran la renuncia formal, no hay forma de asimilar esto a la caída de un régimen. El poder seguía estando en manos de las instituciones burguesas y estas procesaron el recambio de figuritas, no sin tomar en cuenta el clamor popular. Es indudable que hubo cuestionamiento a la ‘clase política’, pero en ningún momento las instituciones se colapsaron, ni cambió el régimen. La ‘revolución a nivel del gobierno’ se resolvió mediante los mecanismos institucionales establecidos en el régimen democrático burgués, para situaciones de acefalía y dieron paso en corto tiempo a elecciones en que los candidatos capitalistas en su conjunto arrasaron en las urnas. Comparar con la caída del Zar no me parece muy apropiado.
    Sobre mi observación maliciosa. Es posible que lo sea. En todo caso usted debería aclarar cuando se terminó la situación revolucionaria inaugurada en 2001. En todo caso no comprendo a que se refiere con lo de la inestabilidad que llega hasta el actual. Un régimen ‘fragil’ que solo dio soluciones transitorias, inestables, provisorias. A ver compañero, o yo soy un malicioso empedernido, o esto trae a cuento el ‘régimen kerenskista’ atenazado entre la burguesía amenazante y la revolución en marcha. La clase media fue estabilizada con una devolución en bonos ajustables por CER y el progresivo reanudamiento de los negocios que apaciguó los bolsillos de una buena franja sub explotadora. Del ‘piquete y cacerola, la lucha es una sola’ y el aguita fresca a los peregrinos curtidos bajo el sol, se pasó al más prosaico ‘correte de la calle q

  8. AP dice:

    Perdón, se me cortó. Como le decía, se pasó al ‘correte de la calle que estoy facturando’. Las fábricas recuperadas, en su inmensa mayoría fueron absorbidas por el sistema, a excepción de Zanon que se mantuvo en pié con una lucha ejemplar para todos los trabajadores y implicó una renovación sindical y el logro del apoyo de la población. Las Asambleas populares se fueron extinguiendo y perdiendo sus características originales, ya sea por el desinfle de las expectativas o la influencia de la cooptación. Los movimientos piqueteros están diezmados y debilitados. En sentido contrario, crece una vanguardia antiburocrática en varios segmentos del movimiento obrero,y aunque haya dirigido importantes conflictos, aún está en una fase primaria de desarrollo y no alcanza a quebrar al sindicalismo corporativo. En el plano político, a continuidad del peronismo kirchnerista se ha visto refrendada, en sucesivas elecciones, hasta llegar a las PASO, donde se impuso por muerte, en un contexto en que el arco de los partidos patronales acapararon el 97% de los votos. El pacto de hierro con la burocracia sindical que catapultó a Moyano a un lugar cuasi ministerial le garantizó el control sobre el conjunto del movimiento obrero, para que los salarios se conformen en condiciones compatibles con una alta rentabilidad de todas las fracciones de la burguesía, que se sitúa varios puntos por encima de la década del noventa, lo que habla a las claras de salarios declinantes y mayor explotación y permite al gobierno punzar los beneficios extraordinarios del comercio exterior de primarios para bombear plusvalía hacia los sectores industriales y subsidiar empresas de servicios que son funcionales a sus costos y también a que se mantenga la política de conteción salarial. Al mismo tiempo, una vez deducidos los pagos de deuda, le alcanza una fracción exigua para mantener una vasta red clientelar y subsidios destinados a la ‘socialización de la miseria, que a su vez, es costeada mayoritariamente por los propios trabajadores. Luego del enfrentamiento con las corporaciones agrarias, por la 125, que lo golpeó, el gobierno pasó a la ofensiva y recompuso la armonía en los marcos de que ‘todos la levanten con pala’ a costa del lomo obrero. El país viene creciendo a tasas chinas desde hace 8 años, con un breve interregno coincidente con el episodio agudo de la crisis internacional. La cínica política de ‘derechos humanos’ que apunta a disolver en el tiempo y los límites del derecho burgués el problema del genocidio, está resultando exitosa para la clase burguesa en su conjunto que apunta a bajar la guardia del proletariado con la promesa vacua del nunca más.
    Todo lo dicho no exime de profundas contradicciones que se incuban ni subvierte al infinito la posibilidad de nuevas crisis. Tampoco inhibe de hallar la impronta de la lucha desviada de los explotados en las acciones preventivas de la junta de negocios de la burguesía. Pero no autoriza a concluir una continuidad de la revolución inconclusa. Lenin solía decir que las grandes reformas ejecutadas por la burguesía, en general eran la consecuencia de revoluciones abortadas. Pero en Argentina no han existido grandes reformas, sino, un ataque en toda la línea al salario y las condiciones de labor y una política de expansión del consumo, consecuente a una parcial recuperación del valor de la fuerza de trabajo, artificialmente inflada a través del crédito, que hoy amenaza con haber llegado a la saturación y el quiebre del ‘dinero fácil’. Solo se han aplicado políticas asistenciales y de contención social acompañadas de la regimentación y cooptación de buena parte del activismo. Las condiciones fueron ‘normalizadas’ lo suficiente como para garantizar un dominio estable. No es un gobierno frágil. La fragilidad o fortaleza debe ser puesta en el contexto de los enfrentamientos interburgueses, la evolución de la crisis a nivel internacional y sobre todo, el grado de cuestionamiento efectivo ejercido por los explotados. No creo que una nueva crisis esté en un futuro muy lejano. Pero confundir el futuro con el presente es peligroso en grámatica, pero más peligroso en política. También lo es proyectar el pasado en el presente. Las luchas presentes y sobre todo las por venir, no pasarán de costado a la experiencia acumulada en 2001. Las experiencias sociales y politicas siempre dejan huella en todas las clases y estoy seguro que la clase trabajadora y su vanguardia sabrán aprovecharla. Pero ello no nos autoriza a concluir que en 2001 hubo una revolución o se abrió una situación revolucionaria cuya prosecución atemperada dura hasta hoy o cuyas consecuencias son un vuelco en la relación de fuerzas entre las clases.
    Pero en fin. como decía Kipling ‘eso es otra historia’.

  9. […] explicamos que el “cristinismo”, como “etapa superior del kirchnerismo”, venía a recomponer (a hacer retroceder) mucho de lo que tuvo que ceder y aceptar en demandas sociales, ya que la clase […]

  10. […] gobierno a la derecha, preparatorio, para poder ejercer más (y más profundos) ataques. Por ello el cristinismo, como etapa restauradora del kirchnerismo, hace “sintonía fina” con el empresariado, y se tira contra los sindicatos y […]

  11. […] como un gobierno de contención tras aquellas jornadas revolucionarias. O en otras palabras, fue un gobierno de la “restauración”: uno que recuperó para las clases dominantes la autoridad estatal y un funcionamiento más o menos […]

  12. […] trato de explicarme: muchos compañeros han discutido en blogs y artículos cómo el kirchnerismo es un movimiento burgués restaurador de las condiciones previas a la rebelión popular de diciembre de 2001. Y cómo el cristinismo era […]

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